El error De la Serna, el ministro benevolente a quien sus consejeros en materia portuaria le han colado un gol por toda la escuadra. ¿De verdad, Sr. ministro, era necesario plegarse a las ansias del señor Llorca y las obsesiones de su jefa de comunicación, la señora Miquel, por convertir los puertos en un erial donde todo el mundo tenga el derecho de enriquecerse a manos llenas a costa de la miseria de los trabajadores?
La sentencia del Tribunal de Justicia de Luxemburgo declara que el Reino de España ha incumplido las obligaciones que le incumben en virtud del artículo 49 TFUE, al imponer a las empresas de otros Estados miembros que deseen desarrollar la actividad de manipulación de mercancías en los puertos españoles de interés general tanto la obligación de inscribirse en una Sociedad Anónima de Gestión de Estibadores Portuarios y, en su caso, de participar en el capital de ésta, por un lado, como la obligación de contratar con carácter prioritario a trabajadores puestos a disposición por dicha Sociedad Anónima, y a un mínimo de tales trabajadores sobre una base permanente, por otro lado.
El cumplimiento de esta resolución no requiere excesivos trámites. Refórmese la normativa para permitir que una empresa estibadora de Grecia, o de Alemania, pueda trabajar en los puertos españoles y contratar los trabajadores que crea conveniente. Con la exigencia, lógica y obligada, de que esos trabajadores cumplan rigurosamente todas las condiciones de formación, certificación, práctica y adiestramiento que hoy tienen, reglamentariamente, los estibadores españoles. Y que su número y sus medios de trabajo observen plenamente las normas vigentes de prevención de riesgos laborales.
El tribunal europeo no exige acabar con el registro de trabajadores de la estiba ni con las Sagep; eso sólo lo pretende el señor Llorca, tal vez para que cuando le cesen en el cargo que actualmente ocupa sea bien acogido (gran sueldo, escasa responsabilidad) por una de las empresas beneficiadas por la guerra que ha desatado. Las llamadas puertas correderas (o giratorias) tienen esas servidumbres, hay que hacer méritos para que te dejen atravesarlas.
Como en todo conflicto, tampoco en éste es posible saber cuál será su resultado. Desde luego, el Gobierno de una nación es un mal enemigo, demasiado colmillo retorcido, excesivo poder, con gentes al frente que nada o casi nada tienen que perder con la derrota. Mal contendiente.
Pero una cosa está clara: la inútil guerra abierta contra la estiba nos va a costar a todos sangre, sudor y lágrimas. Y todo por la estulticia de unos personajes que debieran haber cesado hace tiempo dejando paso a otros técnicos que de verdad creyeran en los valores europeos (esos que ahora muchos cacarean para oponerse al señor Trump) y en que el progreso de un país necesita leyes que mitiguen la desigualdad, no que la ensanchen hasta que la sociedad explote.
Fuente: NAUCHERglobal
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