Cerca del 70 % de la superficie de nuestro planeta está cubierta de agua, encontrándose hasta el 97 % de esta en los océanos. Unos espacios fundamentales para la vida, al actuar tanto como de proveedor de toda el agua que consumimos a diario a través de la evaporación oceánica, como de distribuidor de la energía que recibimos del sol por todo el planeta. Todo ello sin olvidarnos de que, por sí mismos, en los océanos se produce más del 50 % del oxígeno de nuestro planeta y se almacena hasta un tercio de las emisiones de dióxido de carbono (CO2) emitidas por las sociedades humanas.
Por eso, es imposible entender el desarrollo de la humanidad sin las masas de agua, ya sean ríos, lagos, mares u océanos. Más allá de ser el entorno en el que la vida nació y prosperó hace 2.500 millones de años, desde la aparición del ser humano, la inmensa mayoría de las grandes ciudades que han poblado el planeta han sido erigidas en los márgenes de un río o en enclaves costeros.
Siendo casi imposible encontrar una civilización o pueblo que no se haya aprovechado de las redes fluviales o marítimas para crecer y comerciar, en la actualidad, se estima que hasta el 40 % de la población global vive cerca de las costas. Un porcentaje que, según todas las previsiones hechas por distintos organismos y administraciones, solo hará que crecer a lo largo de las próximas décadas.
Los océanos, una emergencia climática, social y económica
Sin embargo, esta importancia vital para el desarrollo de nuestra sociedad tiene una contrapartida en forma de contaminación y deterioro de los océanos tal y como los hemos conocido durante los últimos siglos. Llegando al punto en el que, cada año, vertimos más de 13 millones de toneladas de plástico en sus aguas. Unos vertidos contaminantes que, unidos al de nutrientes y la acidificación de las aguas, está impactando de manera negativa sobre los ecosistemas y su sostenibilidad.
Un problema para la biodiversidad del planeta que también afecta de manera directa al día a día de las sociedades modernas. Y es que el pescado es una de las fuentes de alimento más importantes del mundo, suponiendo hasta el 17 % de todas las proteínas ingeridas por los humanos; una cifra que se eleva por encima del 50 % en los países en vías de desarrollo.
Para transformar esta realidad es imprescindible que aquellos sectores económicos que llevan a cabo su actividad en los mares, océanos y costas, ya sean de explotación de recursos -como la pesca o minería-, producción de energía, transporte marítimo o turismo, entre otras, reduzcan su impacto negativo en el medioambiente y adopten la filosofía y metodología presentada por la economía azul.
Desde un punto de vista económico, de la salud de los océanos dependen también una gran cantidad de sectores productivos. Según Organización de las Naciones Unidas, más de 260 millones de personas trabajan directamente en la pesca y la acuicultura, estimando que las actividades económicas ligadas a los océanos generan entre tres y seis billones de dólares al año. Mientras que otros sectores como el transporte marítimo, las actividades portuarias, la construcción y reparación naval y el turismo costero emplean, solo en la Unión Europea (UE), a más 4,5 millones de personas; generando un volumen de negocio de 650.000 millones de euros al año.
La economía azul
Consciente de esta problemática, en 1994, el economista belga Gunter Pauli, escribió su libro, “La Economía Azul”. Una obra en la que trataba de establecer un modelo económico que tuviera como centro el respeto por el medio ambiente.
En sus páginas, el economista trata de exponer más de un centenar de innovaciones que tendrían el objetivo de fomentar una producción sostenible y ecológica, que respetase los sistemas naturales. Este modelo, denominado “Economía Azul”, entiende la naturaleza no solo como una proveedora de recursos, sino también como un entorno a utilizar de una manera eficiente.
Es decir, sin dejar de considerar a los mares como una de nuestras principales fuentes económicas, pone el foco en la necesidad de gestionar sus recursos de una forma eficiente, restaurando los ecosistemas dañados e introduciendo innovación que permita un aprovechamiento sostenible en el futuro. Imitando el funcionamiento de la naturaleza, pero añadiendo la filosofía que hay detrás de tendencias como la economía circular para reconvertir los residuos de nuevo en materiales eficientes.
Objetivos y áreas de acción de la economía azul
Desde entonces, entidades como la ONU han adoptado sus preceptos con el fin de conservar y utilizar sosteniblemente los océanos, los mares y los recursos marinos. Estableciendo como los objetivos clave que persigue la economía azul los siguientes:
- Sostenibilidad ambiental: protección de los ecosistemas marinos y la biodiversidad.
- Crecimiento económico: fomento de nuevas oportunidades de negocio y empleo en el sector marítimo.
- Innovación: implementación de tecnologías avanzadas para el uso eficiente y sostenible de los recursos oceánicos.
- Cambio climático: mitigar el impacto del cambio climático en los océanos.
- Contaminación: reducir la contaminación marina, especialmente los plásticos.
- Regulación y gobernanza: implementar políticas efectivas y regulaciones para la protección de los océanos.
Iniciativas como la Agenda 2030, que asientan gran parte de metas en la economía azul, consideran que, a la hora de llevar a cabo un desarrollo sostenible, es necesario incrementar la inversión en investigación científica y tecnológica marina. Porque, a pesar de que la tecnología y la investigación son nuestros más evidentes y poderosos aliados en la consecución de estos objetivos – con la aparición durante los últimos años de un sinnúmero de soluciones orientadas a la limpieza de basuras y vertidos en el mundo marino – apenas un 1,2 % del presupuesto global de investigación se centra en mejorar la sostenibilidad de los océanos.
Para transformar esta realidad es imprescindible que aquellos sectores económicos que llevan a cabo su actividad en los mares, océanos y costas, ya sean de explotación de recursos -como la pesca o minería-, producción de energía, transporte marítimo o turismo, entre otras, reduzcan su impacto negativo en el medioambiente y adopten la filosofía y metodología presentada por la economía azul:
- Transporte marítimo: crucial para el comercio global, responsable de mover mercancías a través de los océanos.
- Pesca y acuicultura: producción sostenible de alimentos marinos para satisfacer la demanda global.
- Energías renovables marinas: aprovechamiento de energía eólica, mareomotriz y solar en las zonas costeras y marinas.
- Turismo náutico: desarrollo de actividades turísticas respetuosas con el medio ambiente.
- Astilleros: incentivar la investigación y desarrollo de embarcaciones que minimicen su impacto en los ecosistemas marinos, buscando reducir emisiones y garantizar una navegación más responsable con el entorno natural. Optimización en el uso de recursos como materias primas, agua y energía e integración de procesos más eficientes, reduciendo el desperdicio de materiales como los metales utilizados en la construcción y reparación de barcos.
- Industria auxiliar: desde proveedores de componentes hasta servicios de reparación, deben incorporar innovaciones ofrezcan soluciones más sostenibles, generando nuevas oportunidades de negocio y empleo.
- Innovación y tecnología: desarrollo de nuevas tecnologías para la conservación y uso eficiente de los recursos marinos.