Si ya se esperaba que pisaran tierra por tratarse de un viaje de regreso a casa y había que gastar las divisas antes de tener que cambiarlas, los visitantes –en su gran mayoría de origen británico– exprimieron las pocas horas de parada al máximo. Unos eligieron para ello el relax y otros pocos se dedicaron a repasar algunos de los monumentos más reconocibles.
Para los primeros, la zona de referencia fue La Marina. Los pasajeros encontraron en este punto recién recuperado para el peatón el mejor espacio donde estirar las piernas o tomarse una cerveza antes de volver a la rutina. Las terrazas estuvieron a rebosar de gente y los que se animaron a bordear el agua pudieron disfrutar de una exposición que se estaba instalando en la zona.
De las 8.000 personas algunas se marcharon en las excursiones organizadas por las navieras, pero otros muchos se repartieron por los distintos comercios de la ciudad. Al tratarse de una escala triple el muelle de transatlánticos se quedó pequeño y rebotó a una buena parte del público a los muelles de Calvo Sotelo Norte y Sur, por lo que la plaza de Lugo y su entorno tuvieron más afluencia de la que sería habitual.
El buque más grande se quedó en la terminal de cruceros y permitió que la gente llegase a la calle Real y sus alrededores. En la plaza de María Pita el paseo fue constante y, por las calles, apenas cabía un alfiler porque también se juntaron algunas excursiones del Imserso. Desde la Asociación de Comerciantes de la Ciudad Vieja lamentaron que los cruceristas no terminaran de llegar al casco antiguo. No obstante, al otro lado de la frontera natural que es la plaza hubo mucho movimiento.
La Asociación Zona Comercial Obelisco reconoció que hubo “mucha gente paseando y mucha gente en las tiendas”, aunque queda por saber si realmente compensó que A Coruña estuviese incluida en tres rutas de vuelta a los puertos base.
Su presidente, Antonio Amor, aseguró que “alguien siempre pica” y la hostelería ganó una pizca de optimismo.