Miguel Oliver Massutí, el levantamiento de las cartas de pesca del Mediterráneo occidental fue una de sus aportaciones
PALMA, 22 dic. (Laura Jurado. elmundo.es).- Oliver Massutí era, en realidad, catalán. Nació en Barcelona en 1918 pero no tardó en trasladarse con su familia a Felanitx, Mallorca. Allí, su padre se convirtió no sólo en el farmacéutico del pueblo sino en alcalde durante la II República. El estallido de la Guerra Civil en 1936 fue una debacle para ellos. La farmacia fue saqueada, la casa familiar incautada y el padre pasó un largo exilio en Filipinas. Miguel, que acababa de aprobar el ingreso en la Universidad de Barcelona, tuvo que interrumpir sus estudios para pasar ocho años entre prisiones franquistas, cuarteles militares y el campo de concentración de Tetuán (Marruecos).
De vuelta a la universidad, consiguió licenciarse en Ciencias Naturales y obtener –en 1947 y por oposición la plaza de ayudante de laboratorio del Instituto Español de Oceanografía (IEO), una institución entonces militar. «El régimen no se dio cuenta de que era el mismo al que habían encerrado en Tetuán. Quisieron relevarle del puesto, pero sólo pudieron desterrarle al laboratorio de Vigo», explica su hijo, el biólogo y director general de Innovación de Baleares, Pere Oliver.
Sólo tres años después –y tras la muerte de su tío, Miguel Massutí Alzamora– regresó a Mallorca ya como director del laboratorio oceanográfico. Desde ese puesto, que regentó hasta 1968, realizó la mayor parte de su labor científica. El levantamiento de las cartas de pesca del Mediterráneo occidental fue una de sus principales iniciativas, unos estudios que permitieron la explotación de los caladeros de pesca por la flota de arrastre. «Se investigaron los fondos marinos y se encontró una fauna susceptible de ser rentable para la pesca entre los 300 y los 800 metros de profundidad», señala Oliver hijo.
«El IEO tenía una doble función. Por un lado, informar a la administración pesquera y proponer la regulación. Por otro, ayudar al desarrollo de la industria del mar», añade. Entre otras medidas se recomendaba prohibir la pesca a menos de 50 metros así como las tallas mínimas. Los proyectos de investigación del Instituto encontraba efectividad en un sector pesquero que se incorporaba a las nuevas tecnologías, en el que había desaparecido el contrabando y al que todavía no había llegado el desarrollo turístico de los años 70.
En 1968 Oliver Massutí se trasladó a Madrid. Su ascensión en el Instituto se convirtió en meteórica hasta convertirse en el director del organismo. Su fama tenía ya carácter internacional. La FAO le nombró presidente del Consejo General de Pesca del Mediterráneo y la UNESCO le eligió como delegado español en la Comisión Oceanográfica Intergubernamental. En 1982 Miguel se incorporó al gobierno de Felipe González como secretario general de Pesca. «Se estaba negociando la incorporación a la Unión Europea y se fijaron las relaciones pesqueras con los países del norte de África. Se estableció el límite de 200 millas desde la costa de cada país», recuerda Pere Oliver.
«Había dejado la investigación directa para pasarse a la organización de la misma», señala su hijo. Desde ese otro lado, Oliver Massutí consiguió reforzar la infraestructura del IEO, sacarlo del estancamiento que vivía desde 1936 e igualar sus estudios con los niveles europeos. La infraestructura se reforzó con nuevos edificios para laboratorios como el de Palma que pasó a su ubicación actual en el muelle de Paraires tras la ampliación del puerto. Miguel –primer presidente del Instituto tras la dictadura se convirtió en el que más influyó en la institución después de su fundador, Odón de Buen.
Su carrera terminó en Mallorca donde regresó en 1986. Ya de vuelta se convirtió en presidente del Patronato de Cabrera declarado Parque Nacional Marítimo-Terrestre en 1991. «Fue el responsable de la redacción del Plan regulador de usos y gestión que tuvo que lidiar entre pescadores, ecologistas y militares». Se prohibió la construcción de carreteras y edificaciones en la isla, se establecieron zonas de reserva integral y se autorizó la pesca sólo a los barcos de técnicas artesanales que ya tenían los derechos.
Cabrera, como el IEO, se desprendía de cualquier conexión militar. Quedaba sólo la ciencia. Y Oliver Massutí, oceanógrafo, fallecía tranquilo y satisfecho en 2004.